Black Rabbit: la familia no se escoge

Si estás buscando una serie para olvidarte del día a día y pasar un rato relajado, tendrás que ser o masoquista o sádico para ver Black Rabbit.

octubre 25, 2025

Por Daniel Espartaco Sánchez

Parece que le llueve sobre mojado a Jake Friedken (Jude Law). Desde lo más profundo de Coney Island hasta Manhattan, parecería que las cosas le muy bien: es uno de los socios (el que se rompe el lomo) de uno de los lugares más hípsters de Nueva York, el Black Rabbit, donde hay buena y exótica mixología, las hamburguesas cuestan cincuenta dólares, y cuya chef (una mujer que siempre está enojada) acaba de recibir un gran elogio por parte de la crítica gastronómica del New York Times, lo que significa montones de dinero. Al mismo tiempo, Jake planea hacerse de su propio negocio, pues ya pasó del tostón y no piensa seguir desvelándose noche con noche para sacar el chiringuito adelante. Hay que pensar en la jubilación y por eso piensa en abrir otro chiringuito, pero de más altos vuelos: el restaurante del hotel Four Seasons, un lugar supuestamente emblemático de la vida neoyorquina, o eso dicen.

Además, el bueno de Jake tampoco ha oído hablar del noveno mandamiento, ese que dice que no desearás a la mujer de tu prójimo, por lo que quiere jalarse a la novia de su amigo y socio, Wes (Sope Dirisu), una diseñadora de no malos bigotes (Cleopatra Coleman) que resulta tan ambiciosa como el protagonista. Y para todo esto (el reino, la mujer, la gloria) Jake necesita conseguir inversionistas, pedir un préstamo y todas esas cosas que hacen de los Estados Unidos una gran nación, humana y generosa. La realidad es que a Jake no le salen las cuentas: debe cuatro meses de alquiler de su loft de soltero superhípster, a su Jaguar dizque clásico le hace falta un cambio de aceite y acaba de ponerle frenos a su hijo, porque es divorciado, debe pagar la colegiatura, la pensión alimenticia y comprarle una cajita feliz todos los domingos; la realidad es que Jake es el eterno suspirante de Coney Island que quiere comerse al mundo y por si fuera poco su adicción no es el alcohol ni el juego, sino su hermano, Vince Friedkin (Jason Bateman).

Y sí, su hermano, Vince, está de regreso en la ciudad, y la familia no se escoge, ¿uno no puede así nomás dejar de hacerse cargo de su hermano, verdad? Jake incluso le ha pasado algo de dinero a su sobrina, la hija de Vince, una tatuadora woke y malhumorada con cara de pocos amigos. Sobre Vince habrá que decir que es el tipo creativo y simpático del tándem familiar que le cae bien a todo el mundo, y te gustaría que fuera tu amigo de no ser porque es adicto a la dopamina, y a obtenerla de cualquier forma posible: alcohol, drogas y apuestas. También es lo suficientemente estúpido como para apostarle todo su dinero a los Nets de Brooklyn.

Y fue Vince quien originalmente tuvo la idea del «concepto» del Black Rabbit (a saber cuál es), pero tuvo que renunciar a su parte cuando Jake le pago la fianza y un soborno de 600 mil dólares al empleado que previamente Vince, insuflado de cocaína, defenestró desde un cuarto piso hasta dejarlo incapacitado de por vida. Así que Vince ha estado del tingo al tango desde entonces, dando tumbos por la vida con una que otra pequeña fechoría para ganarse el pan de cada día, pero después de un altercado en el que presumiblemente asesinó o dejó parapléjico a alguien, Vince está de regreso en la ciudad, donde su único problema es que le debe 140 mil dólares al hijo de un mafioso prestamista, quien le recuerda su deuda cortándole un dedo y amenazando con matar a la hija de Vince, la tatuadora woke que ni la debe ni la teme. Y el que tiene que lidiar con todo esto es el bueno de Jake, el hermano ñoño, que no contento con todos estos problemas debe lidiar además con un cliente que acaba de violar a la mixóloga del segundo piso.

Si tú crees que por ser cisgénero de mediana edad nadie quiere publicar tu novela, o que es difícil lidiar con los niveles de azúcar y la presión arterial, o la depresión que llevas arrastrando unos quince años, calculas, Black Rabbit es para ti. Nadie tiene más problemas que el bueno de Jake, ni las protagonistas de la Rosa de Guadalupe o de Mujer: casos de la vida real. Pero si estás buscando una serie para olvidarte del día a día y pasar un rato relajado, tendrás que ser o masoquista o sádico para ver Black Rabbit, que carece de las escenas de alivio y de momentos felices que hasta el capítulo más trágico de la Rosa de Guadalupe o Mujer: casos de la vida real pueden tener. La trama está tan bien hecha y ajustada para joder al pobre de Jake, que no permite ni un solo momento de respiro ni para ir al baño o prepararse un sándwich de salami y queso. El resultado es sumamente tedioso. A cada momento te dan ganas de poner una pausa para ver cuánto va del episodio para comprobar que todavía faltarían unos veinte agonizantes minutos para que se acabe, como si fueras un adolescente que mira una y otra vez el reloj para ver cuando terminará la clase de Química, por más que el maestro nos diga que los anhídridos sulfurosos son algo fascinante, y pues no, no lo son.

¿Vale la pena verla? Mejor invita a salir a tu novia, llévala a un restaurante o algo así. No dejes que tu vida de pareja se vuelva rutinaria con series de Netflix.

Daniel Espartaco Sánchez (1977). Es autor de varios libros, el último se llama Los nombres de las constelaciones. Ha ganado muchos premios literarios, pero no le gusta presumirlos. Lleva más de un año con la Clínica de Narrativa, un espacio virtual y físico de lectura y reflexión acerca de la escritura creativa. Vive en la colonia Narvarte, el único territorio con el que se identifica hasta el momento.

Imagen: Netflix.

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