Por Eduardo Ramírez
¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí y allí y en todas partes, visibles y palpables, ante mí; largos, estrechos, blanquísimos, con los pálidos labios contrayéndose a su alrededor, como en el momento mismo en que habían empezado a distenderse.
Edgar Allan Poe
23/07/25. Los dientes son una imagen que me persigue, aunque no pueda descifrar del todo la razón.
Desde el sillón en el que me siento a ver la tele, mi vista enfrenta un librero. La (ir)regularidad de volúmenes me hace pensar en un tzompantli de papel en que se alinean, destacan y confrontan los diferentes lomos de mis libros como dentaduras de cráneos sacrificados en ritos variados e inútiles.
En esa regularidad, un volumen chueco que llama más mi atención. Son los Cuentos Completos de Edgar Allan Poe de Alianza Editorial.
De pronto recuerdo el cuento Berenice. Desde la primera vez que lo leí, me inquietó esa imagen de una dentadura –brillante y todavía sangrante– resultado de un acto de amor extremo, de una obsesión mórbida. Esa incómoda fetichización del deseo de inmortalizar la sonrisa de la amada.
Sus ojos no tenían vida ni brillo y parecían sin pupilas, y esquivé involuntariamente su mirada vidriosa para contemplar los labios, finos y contraídos. Se entreabrieron, y en una sonrisa de expresión peculiar los dientes de la cambiada Berenice se revelaron lentamente a mis ojos. ¡Ojalá nunca los hubiera visto o, después de verlos, hubiese muerto!
Edgar Allan Poe
Años después después de haber leído ese cuento, ya distraído de esta obsesión, me sorprendió el trabajo de Odd Nerdrum, pintor noruego neobarroco.
Las primeras pinturas que me atrajeron eran de cuerpos mutilados en una postura y expresión extática. Entre ellos me encuentro con una pintura simple (Dentadura, 1983).

Ese brillo mínimo, envuelto por el claroscuro, crea un ambiente de incertidumbre y contemplación que me traslada una vez más hacia esa obsesión del cuento de Poe que había intentado olvidar o sepultar todos estos años.
Entre su función en la supervivencia que es la comida, su contradicción entre fragilidad y dureza, su relación con la memoria por su persistencia y el resguardo de ese templo de palabras que es la boca, los dientes se han convertido para mí en un símbolo y una obsesión.
¿Una colección de textos escritos con los dientes?
Tanto en el sueño, como obsesión simple, los dientes aparecen constantes en mi escritura. Transcribo algunos trozos como muestra.
– Mi cráneo traza la cúpula de una capilla. La calavera no instaura el espacio sagrado. Son los dientes el rosario que se mantiene pronunciando una plegaria interminable.
– Mis encías son un rojo ardor del que surgen llamas blancas afiladas por el aliento. Más que las palabras, aspiro al silencio encendido de la fragua que en la dentadura se aguza.
– Una alineación de piedras rompe la humedad del páramo donde se teje una escritura repetida de verdura. En la superficie de rocío se traza un orden estelar incrustado entre las sombras. Monolitos en semicírculo forman una estructura que permite leer el instantáneo y efímero rayo de luz y delínea un eje que une el movimiento infinito con el torpe devenir de los insectos.
– Otra bóveda oscura en nuestro cráneo, intenta sincronizar nuestra fragilidad mineral con el oscuro aliento de los astros.
A veces me fascina y otras me repele la relación que hay entre lo sagrado y la muerte, que coincide en los colmillos de los elefantes. Esa colección de figuras y crucifijos delicadamente tallados a costa del proceso de extinción de una especie.
Son también referencia de individualidad. El registro dental persiste como única manera de probar nuestra identidad cuando el resto de nuestro cuerpo es destruido/deshumanizado.
Mientras termino de escribir este texto, una amiga me cuenta que pidió que le sacaran una muela sin anestesia. Le pregunto la razón de esta decisión.
Me dice que, en una visita previa a su dentista, le causó demasiada angustia experimentar ese adormecimiento, ese no sentir, resultado de la anestesia.
Tanta intranquilidad le provocó esta insensibilidad que prefirió sentir intensamente el dolor “natural” de la extracción de una muela.
¿Así opera la lógica del ser humano con respecto al sentimiento?
¿Así simbolizamos nuestra relación con el dolor y con lo vulnerable?
El enfrentamiento cotidiano al orden de mis libros hace que me dé cuenta que, para sostenerse, a veces la “chuecura” de ciertos tomos es lo que permite soportar a los demás.
Con un alarido salté hasta la mesa y me apoderé de la caja. Pero no pude abrirla, y en mi temblor se me deslizó de la mano, y cayó pesadamente, y se hizo añicos; y de entre ellos, entrechocándose, rodaron algunos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos objetos pequeños, blancos, marfilinos, que se desparramaron por el piso.
Edgar Allan Poe
Eduardo Ramírez es editor, autor, maestro y asesor de proyectos. Escribe porque no aprendió a andar en bici y ve la televisión tratando de entender al ser humano y no aburrirse. Editó velocidadcrítica de 2000 a 2007. Publicó los libros El Triunfo de la cultura y El Cuauhtémoc de Troya. Ha escrito columnas y capítulos de libros en México y España. Lo han corrido de todas las universidades de Monterrey.
Foto: Engin Akyurt | Pexels.