El enigma del Ankh Warrior: la leyenda maldita de Vinnie Vincent

Su historia no fue la del héroe que llega para quedarse. No. Vinnie apareció como un cometa: brillante, veloz y destinado a consumirse.

septiembre 19, 2025

Por Arturo Roti

Muchos de nosotros, los fanáticos de KISS, ya habíamos vivido golpes duros en aquellos años de cambios. La primera sacudida fue la salida de Peter Criss, The Cat, aquel baterista fiestero que nos había enseñado que hasta en el maquillaje se podía ser callejero y romántico. Dolió, claro, pero pronto lo sustituyó Eric Carr, The Fox, un músico tremendo que no solo le dio un nuevo brío a la banda, sino que supo ganarse el cariño de los fans con una humildad que desbordaba.

Pero lo que realmente nos cimbró fue la partida de Ace Frehley, el guitarrista espacial que había conquistado a todos desde su disco solista del ’78, con ese estilo sucio, arrastrado y lleno de alma. Ace era más que un miembro de KISS: era la actitud, el tipo que parecía no importarle nada pero que, al mismo tiempo, nos representaba a todos los soñadores de barrio que queríamos ser rockstars. Su salida fue un mazazo. Y cuando apareció un nuevo personaje, The Ankh Warrior, nadie estaba preparado.

Vinnie Vincent parecía destinado a salvar a KISS del naufragio. Era 1982, Ace ya no estaba, y Paul Stanley y Gene Simmons necesitaban un nuevo héroe de las seis cuerdas. Así apareció Vinnie, transformado en «The Ankh Warrior», con un maquillaje egipcio que nunca terminó de encajar con la mitología de la banda, pero con un talento feroz para escribir riffs y disparar solos tan veloces que parecían cuchilladas eléctricas. Fue él quien ayudó a KISS a recuperar fuerza en Creatures of the Night y a reventar las listas con Lick It Up. En cuestión de meses, Vinnie pasó de ser un desconocido a convertirse en pieza clave del renacimiento de la banda. Pero como todo en su vida, la gloria le duró poco.

Su historia no fue la del héroe que llega para quedarse. No. Vinnie apareció como un cometa: brillante, veloz y destinado a consumirse. En el escenario Vinnie no conocía límites: extendía los solos hasta el hartazgo, alargando conciertos en un desafío constante al control de Gene y Paul. Lo despidieron una y otra vez, lo llamaron de vuelta, lo despidieron de nuevo. Terminó en tribunales, peleando regalías, acusando a sus excompañeros de traición, convencido de que había dado más de lo que jamás le reconocieron. Simmons lo llamó «imposible de tratar». Stanley lo definió como un genio tan brillante como autodestructivo.

En 1986 levantó su propio imperio con Vinnie Vincent Invasion. El disco debut era puro exceso: glam-metal llevado al límite, guitarras como metralletas, producción ochentera de neón y spray para el cabello. Para algunos era una obra de culto; para otros, un exceso ridículo. Su segunda entrega, All Systems Go, lo enfrentó a su propia banda. Mark Slaughter y Dana Strum se fueron, fundaron Slaughter, y ellos sí se llevaron el éxito. Vinnie quedó otra vez solo, atrapado en su propia telaraña de ego.

Luego vino el silencio. Los años noventa lo borraron del mapa, salvo por apariciones policiales y rumores grotescos. En 1996 la policía de Tennessee lo arrestó tras encontrar perros muertos en su casa. Él dijo que habían sido atacados por otros animales, pero la prensa lo pintó como un villano de película oscura. Más tarde hubo un arresto por violencia doméstica. En los grupos del fandom de KISS circulaban fotos extrañas: Vinnie con peluca, rostro cambiado, mirada perdida. Algunos aseguraban que había transitado a una nueva identidad de género; él nunca confirmó ni negó nada.

Por décadas fue un fantasma. Se hablaba de discos imposibles —Guitars from Hell, Speedball Jamm— que jamás salían. Los fans perseguían bootlegs como si fueran reliquias de un profeta caído. Cada tanto aparecía un anuncio de “regreso”, siempre envuelto en humo. Y de pronto, en 2018, como si se hubiera abierto un portal, Vinnie apareció en la Kiss Expo de Atlanta. Más que un rockstar, parecía una figura salida de otra dimensión: peluca, maquillaje, rostro irreconocible, y una fragilidad inquietante. El público no sabía si aplaudir, llorar o preguntarse si estaba viendo a un doble.

Desde entonces, cada aparición suya es un acto de magia negra: boletos VIP carísimos para conciertos que nunca suceden, discos prometidos que se esfuman, entrevistas donde acusa a todos de haberlo traicionado. Vive en el misterio, paranoico, rodeado de mitos. Algunos lo consideran un genio incomprendido, otros un fraude con guitarra rosa.

Pero ahí está el punto: Vinnie Vincent ya no es un músico, es una leyenda urbana del rock. Es el nombre que aparece en susurros en foros de fans, en discusiones de madrugada sobre lo que pudo haber sido. Es el guitarrista que voló demasiado cerca del sol y se consumió en su propia hoguera de excesos. Y aunque desaparezca por años, aunque sus discos jamás vean la luz, siempre habrá quien lo espere, convencido de que un día volverá con un solo interminable que rompa el silencio.

Arturo Roti (1968): Comunicólogo egresado de la UANL, rockero de corazón desde que Queen lo bautizó en su primer concierto. Fan del cine, el fútbol y de opinar de todo (aunque nadie lo pida). En el año 2000, dio vida al blog Ojo Eléctrico, donde desmenuzaba discos, rolas y conciertos, y que más tarde se transformó en una cápsula de televisión para el programa Amplificador de TV Azteca. Ha colaborado para El Norte y pintado casas con su jefe en los veranos. Vive con una banda sonora perpetua en la mente, porque, para él, la vida siempre tiene un soundtrack.

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