Por Marcel del Castillo
Amanece el 6 de noviembre de 2024 con el triunfo de Donald Trump en su aspiración, por segunda vez, a la presidencia de Estados Unidos. Un mundo dividido se despierta tan eufórico por los tiempos económicos por venir, como convaleciente por un futuro lleno de miseria y terror. Así de extremos políticos son los vientos de este ya no tan temprano siglo XXI.
Luego de meses de anuncios distópicos sobre el futuro de Estados Unidos y el mundo, la comunidad internacional podrá seguir adelante en su día a día. Pero no deja de ser alarmante cómo cada elección de presidente en nuestro tiempo se ha convertido en un todo o nada. En México, Estados Unidos, Argentina, El Salvador o Reino Unido, las imágenes del fin del mundo aparecen como pronóstico si gana uno u otro bando. Hemos llegado por completo a la espectacularización de la política. La batalla es simbólica y se juega el mundo entre tantas abstracciones, especulaciones y pronósticos. Ya no más realidades, ¿Para qué? al parecer a nadie en nuestro tiempo constituido por imágenes fugaces le interesa lo real. Y de eso se aprovecha y se sustenta la política.
La sospecha aparece cuando, al día siguiente de las elecciones, nos hemos despertado, desayunado, encarado el transporte que nos llevará a nuestro lugar de trabajo, trabajaremos y regresaremos a casa a cenar y a dormir. ¿En qué parte del camino se nos atravesó el triunfo de Trump? ¿Esta es la verdad, las post verdad y la trampa al mismo tiempo?
La realidad es más desagradable que la política. El mundo simbólico es más poderoso que la realidad. Y las imágenes son la herramienta más vigorosa de construcción simbólica de nuestro tiempo.
“El poder simbólico como poder de constituir lo dado por la enunciación, de hacer ver y de hacer creer, de confirmar o de transformar la visión del mundo, por lo tanto el mundo” (Bourdieu, Pierre, 2000, p. 68). Aquí se concentra el fascinante poder de lo simbólico, convertir una visión en el mundo real.
John Berger planteaba que “Lo que sabemos o lo que creemos afecta al modo en que vemos las cosas.”(Berger, John, 2005, p. 5). Hoy parece haberse revertido la fórmula: Lo que vemos afecta lo que sabemos y creemos, o, como Santo Tomás, ya no es más: “Ver para creer” sino: ver para existir.
Esta titánica vuelta de tuerca que en un principio anunciaba que a partir de nuestra imaginación, conocimiento y experiencias constituímos una imagen, ha girado a que las imágenes nos constituyen como seres en el mundo. Para ello no hay que ir tan a lo profundo. La mayor preocupación de los corporativos económicos no es lo que hacen o cómo lo hacen, sino cómo lo comunican, cómo construyen una imagen de empresa a partir de ciertas imágenes que producen sus estrategas y que se comparten públicamente, así elaboran sus tejidos y contactos con la sociedad. Lo mismo sucede con nosotros, hacemos una imagen de lo que queremos ser y nos convertimos en esclavos de ella. La expresión de dudosa autoría: “Ten cuidado con lo que sueñas porque se puede cumplir”, es un ejemplo tenso de esta situación. Ese deseo por ser alguien nos ofusca de tal manera que nos esclaviza. Somos trabajadores incesantes de esa imagen que hemos deseado de nosotros mismos. Y nuestros deseos surgen de las imágenes que consumimos, por millones, diariamente.
Esas imágenes que nos hacen desear provienen en su mayoría de la publicidad, y surgió en los años cincuenta del siglo XX con estas máximas como generadores de mundos aspiracionales que ayudaron a construir la sociedad de consumo de nuestros días. La publicidad logra que nos acerquemos a los productos, no por necesidad, sino por conexión emocional.
Pero la política… la política la tuvo desde siempre. No en vano existen los jeroglíficos egipcios, los calendarios mayas o los templos Helénicos y Bizantinos. Un breve repaso por las civilizaciones de nuestra era nos deja testimonio y evidencia del poder de lo simbólico a través de sus imágenes dibujadas, escritas o diseñadas arquitectónicamente. Y detrás de esos mundos simbólicos, el poder.
Para no irnos tan lejos, en el fenómeno político más trascendental del Siglo XX como fue el Nazismo y por consecuencia la Segunda Guerra Mundial, se construyó con base en las imágenes. El ministro del Reich para la educación del pueblo y la propaganda, Joseph Goebbels, no sólo fue la cabeza maestra de un plan de propaganda y comunicación como nunca antes visto, sino, en términos pragmáticos, fue el general en jefe que ofreció las mayores victorias al movimiento en Alemania y el mundo. Mediante imágenes creó un sueño de país y de sociedad por el que había que luchar. Para ello se hizo de un line up estelar de trabajadores culturales afines al régimen, que incluía: directores de cine, artistas visuales, músicos, escritores y arquitectos. Tales como: Leni Riefenstahl, Ludwig Hohlwein o Willy Meller entre decenas de artistas. Al mismo tiempo participaron en la destrucción de toda imagen que contradijera su relato grandilocuente y promisorio de la ansiada y planificada Germania2.
Los resultados de esta estrategia simbólica los conocemos, no tanto por su derrota, sino por haber dado paso a la guerra entre mundos simbólicos más icónica de nuestra historia reciente: la Guerra Fría.
La Guerra Fría fue la consecuencia geopolítica más importante de la Segunda Guerra Mundial. Entre los vencedores se alzaron dos bloques de poder que se disputaban el control del mundo a partir de la imposición de un modelo económico, político y social. Occidente proponía la democracia capitalista con trazos cristianos y Oriente un autoritarismo socialista con trazos comunistas. En sus esfuerzos por imponer al mundo cada quien su ideología se creó, a mi modo de ver, la gran Guerra de las Imágenes.
Como sabemos, durante la Guerra Fría nunca se dieron ataques directos entre los enemigos sino desde territorios periféricos como: Corea, Vietnam, Afganistán etc. Así que la forma de combatirse mutuamente requirió no solo de armamentos y militares, sino de intelectuales, sociólogos, psicólogos, arquitectos, ingenieros y especialmente, artistas. Herederos ambos bandos del conocimiento goebbeliano, entendieron que debían construir, cada uno por su lado, el imaginario de un mundo prometido, constituído por los ideales del capital o lo social, según el caso. Pero también el imaginario adverso, ese terrible mundo al que se llegaría si no se cumplían los dogmas de su ideología.
Entonces, la propaganda se convirtió en el arma más poderosa, por encima de la nuclear, su objetivo se “expresaba en una doble vertiente: desprestigiar al enemigo y ensalzar los valores [propios]…para lo que la utilización de los medios de comunicación de masas era fundamental” (Crespo Jusdado, Alejandro, 2009, p.167).
No podemos entender el cine y la televisión norteamericana y soviética de esos años sino como herramientas visuales colaboradoras de la constitución política imaginaria de las sociedades. Por un lado Big Jim McLain (Edward Ludwig, 1952), por el otro lado Iván El Terrible (Serguéi Eisenstein, 1945).
La Guerra Fría la termina ganando no un país, si no un mundo simbólico imaginario. Sólo ver en qué se convirtieron los países post Unión Soviética, para comprender que lo económico y político no permea, no se ajusta y no se aplica a las sociedades sino es mediante imágenes y la elaboración cuidada de un mundo simbólico al que aspirar.
En el siglo XXI ese modus propagandístico o esa constitución simbólica nos presentó una nueva cara, que no un nuevo método. Durante la primera campaña electoral de Trump comenzó a surgir en las redes y en discusiones intelectuales y populares el concepto de Posverdad. “La posverdad radica en la subordinación y reorganización de los hechos desde ideologías específicas y voluntad política”(Del-Fresno-García, Miguel; Manfredi-Sánchez, Juan-Luis, 2018, p.1225).
Pero, ¿No es eso lo mismo que se aplicó y vivió durante la Guerra Fría? ¿No es la posverdad la constitución de un mundo simbólico como cualquier otro?
Lo que nos ayuda, posiblemente, a entender esta discusión sobre la posverdad es que el mundo simbólico no se constituye sólo de deseos o conveniencias sociales, sino de ideologías, dogmas y reglamentos morales. Estos son los ingredientes que la hacen parecer verdadera. Algo, según hemos visto, que no es nuevo, sin embargo la discusión reciente lo pone en evidencia.
El actual triunfo de Trump no responde únicamente a conveniencias políticas, ni tampoco a lógicas del razonamiento y el procesamiento de la información. Responde a la imaginación. Y la imaginación es transversal al ser humano, no se limita a una clase social, religión o color de piel. En el calor del resultado reciente se escucharon profundos analistas decir que: “faltó información en los votantes, que hay mucha ignorancia, que es un tema de estratos sociales o étnicos”.
Sí puede haber algo de todos ellos al mismo tiempo, y eso explica la construcción de un imaginario.
La imagen política de nuestro tiempo se constituye por la creación de un mundo atado a un contexto real y específico, transformados en símbolos cargados de sensibilidad: belleza, ira, orgullo, alegría, amor, etc. pero que se ejecuta desde una jerarquía social. El “poder simbólico no reside en los ‘sistemas simbólicos’… sino que se define en y por una relación determinada entre los que ejercen el poder y los que los sufren” (Bourdieu,Pierre, 2000, p. 68) y esto logra abstraer de su cotidianidad individual a los ciudadanos y los inserta en un mundo intangible y maniqueísta, pero agitador de sentidos con especial afectación en momentos límites de la sociedad.
“Cuando los países están en un momento de crisis, o en peligro de guerra, crece la necesidad de simplificar las cosas. El otro bando se vuelve totalmente maligno, la causa propia indudablemente justa, y todo el mundo se junta alrededor de los símbolos de la unidad nacional. Los conflictos sociales se ven rápidamente resueltos o aparcados. La gente, con frecuencia, parece experimentar una fuerte necesidad de perder su propia complejidad individual en favor de una simple identidad nacional. La propaganda política es más efectiva en tiempos de inseguridad.” (Leif Furhammar, Folke Isaksson, 1971. p.153).
La imagen creada por el trumpismo fue la del mundo deseado por los votantes, pero más que eso, es la imagen que tuvo la fuerza para moldear el deseo de los votantes. Y era una imagen que mostraba claramente su adverso, ese devenir tortuoso que representaba el enemigo, en este caso la candidata demócrata. Y no es que Kamala Harris no lo hiciera también, por cierto, con el apoyo de la comunidad artística, sólo que ese mundo imaginado de los demócratas y su adverso, el infierno Trump, en esta oportunidad no tuvo la fuerza suficiente para imponerse o fallaron en sus contactos con la realidad.
El mundo simbólico trumpiano que logró seducir y convencer a los norteamericanos se formó a partir de un discurso político estructurado por la ideología, contactos precisos con la realidad en contextos y momentos determinantes, y como agente especial sensible, el miedo. Las herramientas que usó para procesar estos elementos fueron: el uso de palabras fuertes, altisonantes, impactantes y llamativas; el performance constante: baile, mirada, cuerpo, el puño levantado tras el atentado; la escenificación mediante fotografías y videos que estéticamente, y con los colores de ese mundo simbólico deseado, le dieron vida a un personaje capaz de concretar lo imposible. Aquí jugaron un papel fundamental las fotografías virales de su reacción frente al atentado.
Y como último, pero no menos importante recurso, el uso, cual malabarista experimentado, de los medios de comunicación de masas, tanto los que le favorecieron como los que los atacaban, haciendo de ello un relato lúdico, divertido, con mucho suspenso, como cualquier serie efectiva de HBO o Netflix.
Es en el mundo de las imágenes donde se debate el mundo. Así como lo hizo Trump, lo hizo López Obrador en México, Chávez en Venezuela o Milei en Argentina. No importa el trasfondo político que los motive: ¡Es la imagen, estúpido, es la imagen!
Marcel del Castillo es artista, curador y docente. Vive y trabaja en Monterrey. Sus prácticas artísticas son espacios de especulación y juego entre documento y ficción. En la actualidad su trabajo se ha enfocado en la representación de las vinculaciones culturales al agua en México.
1 James Carville, Asesor de comunicación, durante la campaña electoral de Bill Clinton 1992, hizo expresión ¡Es la economía, estútido¡ refiriéndose al competidor George Bush.
2 Welthauptstadt Germania (‘Capital mundial Germania’) fue el nombre que le dio Adolf Hitler a la proyectada renovación de Berlín, una vez consolidar a su triunfo en la guerra
Bourdieu, Pierre,(2000), “Sobre el poder simbólico”, en Intelectuales, política y poder, traducción de Alicia Gutiérrez, UBA/ Eudeba, Buenos Aires,
Berger,John, (2005), “La vista llega antes que las palabras, El niño mira y ve antes de hablar”, en Modos de Ver, Editorial Gustavo Gilí, España
Crespo Jusdado, Alejandro,(2009), El cine y la industria de Hollywood durante la Guerra Fría 1946-1969, Tesis, Universidad autónoma de Madrid
Del-Fresno-García, Miguel; Manfredi-Sánchez, Juan-Luis (5 de diciembre de 2018). «Politics, hackers and partisan networking. Misinformation, national utility and free election in the Catalan independence movement». El Profesional de la Información 27 (6): 1225. ISSN 1699-2407. doi:10.3145/epi.2018.nov.06. Consultado el 5 de noviembre de 2024
Leif Furhammar, Folke Isaksson, (1971) Politics and Film,Studio Vista Publishers, London,



