Por Daniel Espartaco Sánchez
The Peacemaker, como muchos saben, fue creado en 1966 para Charlton Comics por el dibujante Pat Boyette y el escritor Joe Gill, a quién también le debemos otros personajes con mejor suerte como The Blue Beatle y Captain Atom. La introducción a este personaje rezaba: este es un hombre que detesta la guerra, la violencia y el espantoso desperdicio de vidas humanas en conflictos sin sentido entre naciones… Un hombre que ama la paz… Tanto así, que está dispuesto a luchar por ella.
Y sí, si vis pacem, para bellum reza a máxima latina del general romano Vegecio. Y para eso, afirma Don Markstein en su Toonopedia, The Peacemaker “dejó muchos más cadáveres a su paso que el pacifista promedio”. Cuando DC Comics compró los derechos de los personajes de Charlton, Alan Moore se basó en el sujeto en cuestión para crear The Comedian. The Peacemaker ingresó al malamente llamado DCU en 1988, y desde entonces ha tenido apariciones esporádicas sin pena ni gloria. Su premisa es francamente tan idiota, —como las pretensiones de Trump de ganar el Nobel de la Paz— que sirvió para que James Gunn gastara una broma a su costa en Suicide Squad (2021), broma que más tarde se convirtió en una serie de televisión cómica.
Y, ¿existe otro tono que no sea el de comedia para hablar de superhéroes? La mayoría de ellos son un mal chiste, y las premisas que los sustentan tan idiotas como la de The Peacemaker. No es posible tomarse en serio a un ingenuo fenómeno de la cultura popular nacido durante el período de entreguerras norteamericano: el paladín que todo lo quiere arreglar a madrazos porque era lo que le gustaba a los niños hace ya casi cien años, hijo bastardo de la ciencia ficción, la novela popular, el cine de aventuras y de la psicología barata. Tanto las películas como las series de televisión sobre superhéroes están repletas de sentimentaloides escenas donde los protagonistas hablan hasta la náusea de sus motivaciones, ausencias y traumas de la infancia, y toda clase de chistes basados en fórmulas ya muy vistas. Y así, unas tramas sencillísimas y maniqueas —el bien contra el mal—, que podrían contarse en unos minutos, se inflan hasta dos horas o cuarenta minutos —dependiendo del formato— con toda clase de diálogos de relleno y escenas de acción. Y aun así, una y otra vez asistimos a los traumas de la infancia de estos personajes planísimos, y coleccionamos sus figuras de acción y demás mercancía, aunque da la sensación de que el género cada día se agota más y más. El Peacemaker de James Gunn no es la excepción, pero se vuelve más soportable gracias a la violencia absurda y el humor negro, y aunque las escenas sentimentaloides sean inevitables, se agradece que gran parte de las de relleno sean diálogos delirantes que no pretendan convencernos de la profundidad de los personajes. La premisa absurda, las motivaciones de Peacemaker pueden obviarse con el carisma de John Cena, y el soporte de personajes como John Economos (Steve Agee), Vigilante (Freddie Stroma) y la reciente adición de Tim Meadows como Langston Fleury, un hombre que asegura tener “ceguera de pájaros”, una condición que consiste en no poder distinguir entre un colibrí y un águila calva americana. Y pese a que Peacemaker es otro producto corporativo chatarra, resulta mucho más honesto que toda esa palabrería de Marvel y Disney. Tampoco es algo novedoso, las dos encarnaciones para la televisión de The Tick de Ben Edlund ya echaban mano de este recurso sin tanto sentimentalismo, de ahí su falta de éxito. “Hay que darle a la gente lo que quiere”, dice Sabrina Carpenter en su último video.