‘La otra sed’ de Marco Julio Robles

La otra sed es una colección de historias tan interesante como una buena colección de poemas, en donde las piezas comparten vasos comunicantes bajo una corriente turbia y helada.

mayo 26, 2025

Por Daniel Espartaco Sánchez

Escribir es como cantar: a todo el mundo le gusta. Todo el mundo se cree capaz de hacerlo, pero no cualquiera puede. ¿Qué se necesita? Leer mucho, claro, incluso ser inteligente. Los hay quienes hasta lo estudian en carreras que llaman de escritura creativa; y pasan innumerables horas con otros aficionados comentándose los unos a los otros sus fervorosas historias como si fueran sesiones de terapia grupal. Pero nada de esto funciona si no hay talento. El talento es como el amor en aquella epístola del apóstol Pablo. Sin talento cualquier relato es como “un címbalo que resuena”.  Y Marco Julio Robles no carece de talento para fabular historias.

Resulta interesante leer La otra sed (Textofilia, 2024) en el contexto del panorama de la cuentística mexicana (si la hay), donde jurados, académicos y lectores aplauden, gimotean y prefieren las historias simplonas con final sorpresa al estilo de “bu, era un fantasma”, aquel de “el otro era yo” o ese ramplón de “todo fue un sueño”, etcétera. La cuentística mexicana también es sanguinaria, sin un muerto no hay historia. La violencia, “lo policiaco”, el erotismo o el terror chabacano son monedas de cambio para engatusar a los pocos lectores que quedan, cada vez más irreales.

En La otra sed Robles prefiere el bocado más exquisito del final abierto, del extrañamiento al que nuestros lectores parecen ser refractarios, pero que ya practicaba Chéjov ¡hace más de cien años! El mismo al que los cuentistas tanto rusos como norteamericanos han permanecido fieles. Se detectan en La otra sed ecos de cuentistas como Lorrie Moore o Richar Ford, tal vez el inexorable Carver que todos imitan sin éxito. El final abierto es como un fundido en negro o una grúa que se aleja, con el perdón de la metáfora cinematográfica, para que el lector saque sus propias conclusiones. Parece hasta absurdo hablar de esto como si fuera el agua hervida. Porque el relato literario o artístico nunca nos deja una sentencia, una afirmación, una moraleja que nos deje conformes en la sala de nuestra casa después de cerrar el libro, encender el televisor tranquilamente, porque ya el autor nos dijo que “el racismo es algo malo” o que “la culpa es del capitalismo”, etcétera. En el estado actual de la cultura todo escritor debe demostrar su compromiso social para agradar a un mercado que se vale de dicho compromiso para agradar a la crítica y forrarse de billetes con historias que nos conmuevan por su pertinencia actual. Prefiero pensar en el relato como los sueños que recordamos por la mañana, inquietantes, y en el tema como una pregunta cuya respuesta depende de la intuición, la inteligencia o la pacatez del lector. Y así, los cuentos La otra sed no están hechos para cualquier hijo de vecino. Tampoco están escritos en un lenguaje arcano y pretencioso, sino de una manera (aparentemente) sencilla, y llenos de una malicia que resulta tan cruel como la de un niño que le arranca las extremidades a una mosca.

El autor sabe cómo fabular, ponerse en los zapatos de esos otros con los que no tiene ninguna relación: un pederasta en ciernes, un veterinario, un bibliotecario que se ha distanciado de su familia, perdido en la bruma de una ciudad ajena; una niña abusada por un amigo de su madre, entre la inocencia, la curiosidad y el miedo que se expresa en ingenuas, pero luminosas fantasías. La solterona que sale en busca de la improbable criatura que representa la esperanza, o quién sabe, el necesario milagro que irrumpa en el tedio de los días. También hay una mujer que finge un embarazo para sí misma y los demás, presionada por las fantasías y las convenciones sociales, que bien podría adaptarse al cine. Presenciamos la gris relación entre un enfermero y la maestra de un colegio católico en «De esto se trataba agosto»: un relato sobre la imposibilidad de la comunicación entre los humanos en un mundo alienado. El joven que descubre su identidad sexual y aquello que es el verdadero “miedo a los extraños” sin caer en los lugares comunes del coming out, sino que descubre la existencia del gran enigma del otro, de la propia vulnerabilidad y esa distancia imposible de salvar. Por último, también tenemos a un niño que se convierte en un hombre perseguido por el fantasma de su hermano gemelo ahogado, al grado de ya no saber quién es en realidad, historia que recuerda a Otra vuelta de tuerca de Henry James y que explora tópicos como el Doppelgänger y la perversidad infantil.

La otra sed es una colección de historias tan interesante como una buena colección de poemas, en donde las piezas comparten vasos comunicantes bajo una corriente turbia y helada. Lo que permea el conjunto es una atmosfera inquietante y urbana, un pesimismo a manera de lienzo donde a veces se asoma la esperanza que nos comunica con lo divino, donde quiera que esté.

Textofilia, 2024.

88 páginas

Daniel Espartaco Sánchez (1977). Es autor de varios libros, el último se llama Los nombres de las constelaciones. Ha ganado muchos premios literarios, pero no le gusta presumirlos. Lleva más de un año con la Clínica de Narrativa, un espacio virtual y físico de lectura y reflexión acerca de la escritura creativa. Vive en la colonia Narvarte, el único territorio con el que se identifica hasta el momento.

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