Más que un sentimiento: La odisea de Tom Scholz y Boston

El resultado fue desconcertante. El álbum Boston no solo sonaba limpio, poderoso y futurista, sino que parecía haber sido tallado con bisturí: guitarras cristalinas en múltiples capas, armonías vocales imposibles y un muro de sonido que no existía en ninguna otra banda de rock.

septiembre 5, 2025

Por Arturo Roti

Hay canciones que parecen eternas, himnos que viajan intactos a través de las décadas como si hubieran nacido fuera del tiempo. «More Than a Feeling», el tema insignia de Boston, es una de ellas. Detrás de esos acordes brillantes y esa melodía que aún estremece, se esconde la obsesión casi enfermiza de un hombre que jamás se conformó con lo común: Tom Scholz.

Scholz no era el típico rockstar. Ingeniero graduado del MIT, trabajaba en Polaroid y pasaba sus ratos libres en el sótano de su casa construyendo pedales, ecualizadores y equipos de grabación caseros. Allí, en un mundo subterráneo de cables y perillas, empezó a dar forma a lo que sería el debut de Boston (1976). Mientras las disqueras pensaban en estudios profesionales y productores de renombre, Scholz grababa pistas secretamente en su sótano, disfrazando las cintas para que nadie supiera que todo lo hacía él, en su propio laboratorio sonoro.

El resultado fue desconcertante. El álbum Boston no solo sonaba limpio, poderoso y futurista, sino que parecía haber sido tallado con bisturí: guitarras cristalinas en múltiples capas, armonías vocales imposibles y un muro de sonido que no existía en ninguna otra banda de rock. «More Than a Feeling» nació en ese proceso quirúrgico: una canción inspirada en los recuerdos adolescentes de Scholz, particularmente en “Walk Away Renée” de The Left Banke, que él escuchaba cuando sentía que el mundo se le escapaba.

La obsesión de Scholz rozaba lo inhumano: tardaba semanas en afinar una guitarra o en repetir tomas hasta que cada detalle encajara en su esquema mental de perfección. Mientras otras bandas improvisaban en el estudio, Boston era un proyecto de ingeniería acústica. Incluso inventó dispositivos para poder superponer guitarras sin que se perdiera claridad, sentando las bases de lo que después llamaríamos arena rock.

El disco debut vendió más de 17 millones de copias solo en Estados Unidos. Su impacto fue inmediato: de repente, Journey, Foreigner, Styx y Kansas parecían seguir el mismo molde sónico que Scholz había inventado en su sótano. El rock de estadios tenía un nuevo estándar: brillante, envolvente y gigantesco.

Pero detrás del éxito venían los conflictos. La disquera quería exprimir a Boston como a cualquier producto rentable, pero Scholz se negaba a ceder. Control creativo absoluto o nada. Aquello derivó en demandas millonarias y batallas legales que casi destruyeron la banda. Esa historia, con todos sus giros oscuros, merece su propia columna, porque muestra a un hombre enfrentándose a toda la maquinaria de la industria para defender su visión.

Y quizá ahí radica el verdadero misterio de Boston: en cómo un ingeniero solitario, encerrado en su sótano entre perillas, osciloscopios y grabadoras de carrete abierto, logró construir una catedral sonora que aún hoy resuena con la misma claridad con que lo hizo en 1976. Tom Scholz nunca fue una estrella al uso: detestaba los reflectores, prefería el anonimato a la celebridad, y se movía más cómodo entre circuitos eléctricos que entre alfombras rojas. Mientras otros buscaban fama, él perseguía un ideal de perfección sonora.

«More than a Feeling» no es solo una canción: es un recordatorio de que la nostalgia puede convertirse en electricidad pura, que los recuerdos pueden tallarse en vinilo y atravesar generaciones. Así como Scholz lo grabó todo con la paciencia de un arquitecto obsesivo, cada escucha vuelve a levantar esas paredes invisibles de sonido que protegen un instante de eternidad.

Pero más allá del sencillo insignia, el disco entero era un manual de cómo hacer canciones destinadas a la eternidad: “Peace of Mind”, “Foreplay/Long Time” y “Rock & Roll Band” parecían diseñadas para sonar infinitamente sin perder brillo. Scholz no solo tocaba y grababa, también inventaba la tecnología necesaria para lograr lo que escuchaba en su cabeza. Sus pedales Rockman se volverían legendarios en la siguiente década, moldeando el sonido de guitarras en los ochenta. Sin proponérselo, aquel ingeniero perfeccionista abrió una puerta que inspiró a toda una generación de bandas de rock que comprendieron que la grandeza no siempre estaba en la complejidad, sino en la claridad de un riff, en la emoción directa de un estribillo coreado por miles.

Y al final, quizá el mayor triunfo de Tom Scholz no fue haber vendido más de 17 millones de copias de aquel debut legendario, ni haber inspirado a Journey, Foreigner y todas las grandes bandas de arena rock que vinieron después. Su victoria fue otra: demostrar que un solo hombre, contra la industria, contra las prisas y contra el ruido del mundo, podía encerrar la eternidad en una canción que sigue brillando como un faro.

Porque después de todo, cuando suena «More than a Feeling», no importa dónde estemos: volvemos a cerrar los ojos, levantamos la mirada al cielo y dejamos que esa guitarra infinita nos recuerde que hay melodías capaces de derrotar al tiempo.

En un universo de grupos que buscaban ser dioses del escenario, Tom Scholz se volvió algo distinto: un arquitecto del sonido, un ermitaño visionario. Y mientras su riff siga flotando en estadios, películas y corazones, quedará claro que a veces lo más grande nace en lo más escondido.

Arturo Roti (1968): Comunicólogo egresado de la UANL, rockero de corazón desde que Queen lo bautizó en su primer concierto. Fan del cine, el fútbol y de opinar de todo (aunque nadie lo pida). En el año 2000, dio vida al blog Ojo Eléctrico, donde desmenuzaba discos, rolas y conciertos, y que más tarde se transformó en una cápsula de televisión para el programa Amplificador de TV Azteca. Ha colaborado para El Norte y pintado casas con su jefe en los veranos. Vive con una banda sonora perpetua en la mente, porque, para él, la vida siempre tiene un soundtrack.

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Imagen: Ron Pownall Michael | Ochs Archives. Getty Images

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