Por Daniel Espartaco Sánchez
No es de extrañar que Netflix retrasara en la India el estreno de Monkey Man (2024), ya que la propuesta de Dev Patel —protagonista, director, creador de la historia y coguionista— no es sólo una película al estilo John Wick, sino una crítica abierta al partido oficial, al nacionalismo y fundamentalismo hindú, al grado de que hasta aparece un trasunto lo suficientemente obvio de un Narendra Modi en ascenso, aliado de un gurú de masas, de esos que tanto gustan en el subcontinente, otro trasunto de… Por suerte, Universal rescató el proyecto, lo exhibió en cines a principios de este año y hoy puede encontrarse en Prime Video.
Desde el punto de vista del argumento, Monkey Man no es nada excepcional, como corresponde al género: un joven llamado Kid quiere vengar a su madre asesinada por un jefe de policía corrupto, conchabado con un poderoso gurú sin escrúpulos. Para eso, debe ascender desde el mundo de las peleas clandestinas en una ciudad muy parecida a Bombay, pero que no se llama Bombay. Desde que era niño, y vivía con su madre en una comunidad de las montañas, tiene cierta afinidad por Hánuman, el dios mono de los relatos del Ramayana, por lo que adopta el nombre de Monkey y, con una grotesca máscara de goma y peluche, se deja vapulear en cada pelea. El objetivo es juntar dinero para, gracias a una serie de ayudantes de los barrios marginados, introducirse en un burdel de lujo desde lo más bajo, como lavalozas, y ascender como mesero hasta la zona VIP y asesinar al jefe de policía. Y hasta ahí voy a contar porque Monkey Man va más allá de otro filme que intenta imitar y subirse al carro de John Wick. Dev Patel quiere concientizarnos acerca de la actualidad de la India: el ascenso del nacionalismo radical del Partido Popular Indio de Modi, la violencia contra las minorías, la inequidad de la riqueza, la corrupción y fastuosidad de los ricos de la emergente India en contraste con la vida en las chabolas que rodean las grandes ciudades. El objetivo es: Ok, ¿quieren fregadazos?, sí, pero también hay algo importante que quiero decirles. Como cine para crear conciencia, es bastante efectivo, aunque nada nuevo; pero, como cine de acción, cumple los requisitos, incluyendo la caída y el ascenso del héroe a través del viaje personal. A quienes les importe un bledo los problemas de la India (a mí no), pueden contentarse con muchas escenas violentísimas de acción, una buena banda sonora que, de manera no muy original, presenta canciones cuya lírica ingenua contrasta con la violencia en pantalla.
Siempre me llamó la atención el nihilismo de John Wick, una evolución —¿o involución?— del cine de acción. Durante décadas, la ultraviolencia estuvo justificada por una gran causa abstracta: la libertad, salvar al mundo, limpiar las calles de las ratas, la amenaza comunista, luego terrorista, etcétera. Pero no, John Wick masacra un montón de gente porque mataron a su perro, último regalo de su esposa muerta. Era algo que parecía casi una broma, pero agradecí la ausencia del discurso huero de las películas de acción según la ideología maniquea estadounidense acerca del bien y del mal. En este sentido, Monkey Man rescata la necesidad de una causa más allá de la venganza personal. Hay una idea del deber y de la justicia anterior incluso a la creación del cine y de los Estados Unidos, un fuerte componente que ya encontramos en las epopeyas indias como el Ramayana y el Mahabhárata, donde aparecieron los primeros “superhéroes”, los primeros humanos avatares de los dioses que trajeron justicia a la tierra. Eso es lo novedoso y fresco de la propuesta de Patel, al menos para una película occidental. Hay muchos elementos que vuelven atractivo el filme, además de las mejores escenas de acción que un buen presupuesto puede comprar, manejo de cámaras y montaje, que son, a saber: una historia bien contada, la conexión que hay entre el protagonista y Hánuman, encarnación de Shiva, el dios de la destrucción, las imágenes y referencias hieráticas, la propia interpretación de Patel, una solvente persecución a bordo de un tuctuc con motor turbo, unas guerreras de mujeres transgénero que encarnan la dualidad Shiva-Parvati, un perro callejero, una hermosa coprotagonista, todo sin salirse del esquema comercial del melodrama que exige unos malvados bien malvados, porque se trata de una película para pasar el rato, nada más. Vivimos en un mundo lleno de violencia e injusticias promovidas por la codicia y el deseo de poder, siempre ha sido así, por eso esperamos a que aparezcan estos héroes para deshacer entuertos y castigar a los villanos, y seguiremos esperando.



