Por Joaquín Hurtado
Para JJ Ruiz
Y uno se pregunta.
De todas aquellas ciudades que caben en el corazón de esta piedra, podríamos incluir también a la indomable, la ciudad mía.
Nube de pellón, nube sólida como sueño de charquito. Granizo ardiente del tamaño de un hijo. Aquel tumor.
Monterrey. Mi nido fatal. Moisés y ataúd. Chozita sobre rascacielos. Cuadrilonga redomada redondita. Más seca que las tetas de la luna.
Tierra de nadie, se pelea en el tráfico con todos.
Díganme de un trastorno de conducta limítrofe, yo les doy testimonio de arrogancia clasista.
Mencionen un desplante homofóbico, yo les doy nombres famosos.
Dénme un escándalo de soberbia racial, yo les doy apellidos de abolengo.
Desde el espacio ni Dios podría recordar su deriva ni su nombre.
Ni imaginar siquiera que bajo el signo de la Mitra; vuelto en sangre al atardecer, reverbera el solar profundo, precario en verdades vegetales. Pedregal crotálico, destacado papista mundial, pequeña mole toda regia ella, toda loca la infeliz.
Y uno se pregunta.
Cuánto desierto puede habitar en el cerebro de mi roca delirante. Monte azul, arcaísmo cretácico, caracola cardíaca en piedra barbárica, escupitajo de fuego en piso sacrosanto. Canto sedimentario de cuando el mar aquí era solamente cultura de amonites.
Usted pregunta.
De todas las ciudades que caben en el volumen de un guijarro, por qué no podemos excluir a Monterrey, mi canto rodado. Mi nido fatal. Mi paraíso perdido. Mi clavo de Cristo. Mi desierto macho.
A veces más yermo que las chiches secas de la luna yerta. Repito.
Cuánto baldío puede habitar en el temblor de un espejismo. Cuánto verano es necesario para derretir el cielo y sus centellas, y quitarle a cada cosa su sombra verdadera.
Mi querubín indecente.
Mi piedra filosofal.
Mi perra.
Pedrada normal hecha bolita.
Cuántos cerros devastamos, cuántos chivos sacrificamos, cuánto hierro endulzamos, cuántas lágrimas tuvimos que fermentar para dar noticias de una fundación para borrachos. Cuántos huracanes y sequías hemos de haber redimido en el transcurso de la esquizoide jornada.
Un azar hecho rayo ofendió la cumbre donde habita el oso y el encino. En aquel estruendo primigenio este canto inaugura la irascible avalancha para acercarse hasta el destino de mi mano.
Suena la piedra con eco de cien canteras. En el descenso pierdo esquinas. Para el canto genuino no es necesario tanto ripio. Trazar calíces. Baches importantes. Córrele molusco. Humilde caracol, cantarito rudo.
Y uno se pregunta al recogerse de calor: Cuántos testículos con dinamita habrán preñado la risquera, cuántos cerros la habrán ahijado, cuánta grava se llevó en la bola.
Piedrita chula, mineral destierro. Recuerdo.
Cuando la ciudad de piedra caliza tenía un sabor a pulque, se bebía de jilo hasta caerse de culo. En el mismo sillar donde la india sefardí no para de hablar golpeao. Tortía de harina con machacao.
Cuántas ciudades caben en el zaguancito empedrao.
La ausencia de respuesta nos hace volver a preguntar, cuántos ríos ebrios la habrán atropellado, qué noticias trae en la dura cabeza sobre cualquier tema. Y ya entrados en estas cuestiones, cuáles huracanes y lutos masivos habrá entrevistado.
Porque larga es la vida de mi piedrecita oceánica.
Azar hecho rayo que ofendió la cumbre donde habita la palma y el obelisco, el ángel y el vidrio en el Ojo de Vidrio.
Y uno se pregunta si acaso no suena la ciudad con quejumbre de acordeones. Si esto fuera posible tendría que suponerse que el eco canta cumbias y corridos con olor a humo de carne asada, cortesía de la mano de obra barata para seguir puliendo los ángulos más siniestros de la vida cotidiana.
Canto rodado. Piedra de toque, coco lisito, fratricida sacrílego, tejolote virgen, fanático bíblico al tiempo que facho fundamento, cálculo biliar, balón de Clásico, punta de flecha, adulterio colonizador, sí, incesto sampetrino también. Ya ve usted cómo se la gasta en chismes.
Ya no pregunta uno lo obvio, lo que seguramente se gestó en los veneros serranos antes de llenar las barrigas de cerveza. Si el empresariado de pedregal aún gobierna en sus centros de vicio, me refiero a los pasillos políticos de gran capital.
Aquí aún reina la carne vieja. Piedra santa con smog en la garganta. Piedra ciega de tanta cocacola.
Con cada canto de piedra tengo el alma eriza, plebeyesca yesca, cantón social, horno de yeso. Escupo saliva y cemento. Cada niño tiene un fósil en la cabeza, uno de 60 millones de edad.
Mi piedra se vende como pezón de oro para hombres gigantescos, verdad lapidaria, estructura aspiracional sin culpa.
Qué piedra tan piedra. Trono de moscas, mojón mojigato en aguas negras. Edad dorada en el sentido más lato, futbolera incauta, agarrada de codicia, chinche garrapata.
Siempre hablo con la piedra sorda. A veces parece tan orgullosa. Le pregunto de cosas, o las invento; mentiras piadosas. No pela, ni me topa.