Por Arturo Roti
La primera vez que escuché el nombre de Gary Moore fue allá por 1982, gracias a ese tema que todavía hoy me estremece: «Always Gonna Love You», del disco Corridors of Power. En Monterrey, nuestro refugio era el programa RG en TV, la ventana para quienes no teníamos antena parabólica y soñábamos con ver los videos de nuestros héroes. Ahí, en aquella televisión ochentera, descubrí que ese guitarrista irlandés de melena revuelta ya llevaba años en la música, que había sido parte de Thin Lizzy y que tenía un largo camino recorrido. Pronto se volvió uno de mis héroes personales, alguien que tocaba la guitarra con una fiereza distinta.
Pero los caminos de Moore nunca fueron sencillos. Desde adolescente ya se movía en el circuito de Dublín con Skid Row (no la americana, sino la banda irlandesa donde apenas con 16 años empezaba a brillar). Ahí conoció a Phil Lynott, quien más tarde se convertiría no solo en su compañero en Thin Lizzy, sino en su mejor amigo y en el hermano que la vida le regaló.
Con Thin Lizzy firmó uno de sus capítulos más memorables al grabar en 1979 el álbum Black Rose: A Rock Legend, donde su estilo incandescente dejaba claro que estaba hecho de otra madera. Un año antes, en 1978, había publicado su disco en solitario Back on the Streets, que incluía «Parisienne Walkways», tema en el que se reencontró con Phil Lynott y que lo inmortalizó como solista: un lamento hecho canción que todavía eriza la piel cada vez que su nota sostenida parece detener el tiempo. En vivo, «Parisienne Walkways» se convirtió en su firma personal, un tema que el público esperaba como un ritual y que mostraba a un Gary Moore capaz de transmitir emoción pura más allá de la técnica o el virtuosismo.
Sin embargo, Moore no estaba destinado a quedarse en una sola banda. Los ochenta lo vieron insistir como solista con discos como Corridors of Power, Victims of the Future o Run for Cover, explorando un hard rock que lo mantenía en el mapa pero sin darle la masividad de otros colegas. Él mismo reconocería después que estaba cansado de tocar «para impresionar», de medir su virtuosismo con la velocidad de la púa más que con la emoción de las notas.
Y entonces ocurrió el giro que lo salvaría. En 1990, ya desencantado, decidió volver a las raíces que lo habían enamorado de la guitarra: el blues. Así nació Still Got the Blues, un disco que no solo rescató su carrera, sino que le abrió las puertas a una nueva generación de oyentes. El tema que da nombre al álbum se convirtió en un himno que aún hoy duele de tan real. En esa canción, más que técnica, Moore dejó escapar el alma. Ya no buscaba correr por el mástil, sino hablar con él, llorar con él. El propio Moore lo dijo en entrevistas: «Ya no quería impresionar a nadie. Quería hacer música que sintiera de verdad».
Pero detrás de ese renacer había una herida que nunca cerró. La muerte de Phil Lynott en 1986 lo marcó para siempre. Moore nunca dejó de recordarlo con tristeza, con culpa incluso, porque sentía que pudo haber hecho más por salvarlo del abismo. En cada entrevista, en cada recuerdo, aparecía Lynott como un fantasma entrañable. Esa melancolía fue parte inseparable de su música. Canciones como «Johnny Boy» parecen hablar directamente a la memoria de su amigo caído.
El otro fantasma fue el alcohol, del que nunca pudo desprenderse del todo. No tuvo la fama de excesos de un Keith Richards, pero sí arrastró esa sombra silenciosa que lo desgastó en lo personal. Finalmente, en 2011, durante unas vacaciones en España, Moore murió mientras dormía, con solo 58 años. El blues había encontrado a su intérprete más apasionado, pero también a un hombre que siempre cargó con la tristeza en los hombros.
Hoy su legado sigue creciendo. Desde B.B. King, que lo consideraba un guitarrista brillante, hasta figuras del metal como Zakk Wylde o John Sykes, todos reconocen que su estilo fue único, un puente entre el fuego del rock y la melancolía del blues. Para muchos, Gary Moore fue ese músico que podía arrancarte lágrimas y hacerte sentir que la guitarra hablaba en un idioma universal.
Yo lo sigo recordando desde aquel primer video en RG, con «Always Gonna Love You» sonando en la tele, hasta la epifanía de «Still Got the Blues». Porque si algo nos enseñó Gary Moore es que la música no siempre se trata de correr más rápido o tocar más fuerte, sino de dejar que cada nota lleve consigo la verdad de lo que uno siente. Y en eso, nadie como él.