Más allá del pop adolescente: Historia y legado de las Boy bands

Hoy, cuando miro atrás, me doy cuenta de que las Boy bands, a su manera, también son parte del ADN musical que nos forma, incluso a los más rockeros.

junio 22, 2025

Por Arturo Roti

Nunca pensé escribir esto. Nunca pensé siquiera dedicarle una columna. Pero las Boy bands existen. Y es un fenómeno que ha cambiado la música pop, la industria, y la adolescencia de millones…

Para muchos, el fenómeno comenzó con Menudo. Pero en realidad, tenemos que remontarnos a finales de los años 60, cuando The Jackson 5 irrumpieron en la escena como una tormenta de ritmo, talento y carisma. Liderados por un jovencísimo Michael Jackson, estos hermanos no solo cantaban: bailaban, encantaban, y eran un producto tan musical como visual. No pasó mucho para que alguien respondiera a esta fórmula ganadora: así nacieron The Osmonds, una familia blanca de Utah con una imagen más pulcra, pero que replicaba el modelo: talento, armonías vocales, carisma juvenil, y coreografías medidas al milímetro.

Estas primeras agrupaciones establecieron las bases: varios chicos, cada uno con una personalidad distinta (el galán, el rebelde, el divertido, el tímido), una imagen cuidada y un marketing agresivo que buscaba una cosa: venderle sueños al público adolescente, especialmente al femenino. ¿Y funcionó? Claro que sí. Funcionó tanto que el modelo se replicó en todo el mundo.

La explosión en Latinoamérica: Menudo y la menudomanía

En los años 80, América Latina vivió su propia revolución juvenil con el surgimiento de Menudo, un grupo de Puerto Rico que desató una auténtica histeria en todos los países hispanohablantes. Cambiaban integrantes conforme crecían (porque había una regla: a los 16 años, te ibas), y mantenían siempre la frescura, la imagen juvenil y la producción impecable.

Yo viví eso muy de cerca. Mi hermana Ángeles fue fan de hueso colorado. Tapizó nuestras paredes con pósters de Miguel, Xavier y compañía, compraba sus discos, veía sus especiales de televisión, y junto a sus amigas vivía la menudomanía con el corazón en la mano. Tanto, que junto a mis hermanos formaron un grupo local al que bautizaron como Los Ángeles Solares (sí, por una canción de Judas Priest que yo sugerí: Solar Angels). Se presentaron en festivales, eventos escolares y hasta en la televisión local de Monterrey. Esa historia da para otra columna, pero lo que quiero decir es que ese fenómeno se vivía a flor de piel.

El éxito de Menudo abrió la puerta para otros grupos como Los Chicos de Puerto Rico, Los Chamos de Venezuela y Magneto en México. Todos replicaban la fórmula: canciones pegajosas, coreografías, carisma, y un ejército de fans que hacían fila en cada concierto.

De América Latina al imperio pop de EE.UU.

En los años 90, Estados Unidos perfeccionó la maquinaria: New Kids on the Block relevaron y explotaron al máximo el modelo. Su éxito global pavimentó el camino para dos titanes del pop juvenil: Backstreet Boys y NSYNC. Con ellos llegó la era dorada de las Boy bands: estadios llenos, videoclips espectaculares, y una industria multimillonaria que incluía discos, películas, perfumes, muñecos y giras interminables.

Cada integrante tenía su rol asignado. Nick Carter era el rubio galán; AJ McLean, el rudo con tatuajes; Brian Littrell, el sensible de voz melódica. En NSYNC, Justin Timberlake —el más talentoso— ya mostraba que tenía madera de estrella solista. Estas bandas dominaron la segunda mitad de los 90 con hits como «I Want It That Way», «Tearin’ Up My Heart» y «Bye Bye Bye».

Cuando creímos que se habían ido… llegaron One Direction y el K-pop

Tras una pausa de la fiebre Boy band en los 2000, cuando creíamos que todo ya había pasado, One Direction resucitó el fenómeno con fuerza renovada. Salidos de The X Factor británico, estos cinco jóvenes —Harry, Zayn, Niall, Liam y Louis— conquistaron al mundo con su mezcla de pop ligero, looks cuidadosamente desordenados y redes sociales bien manejadas. Y cuando pensamos que eso era lo más grande, llegó el K-pop y lo cambió todo.

El fenómeno BTS: cuando la fiebre se convierte en devoción

Si alguna vez hubo duda de que las boybands podían alcanzar niveles casi místicos de idolatría, BTS lo dejó claro. Este grupo surcoreano no solo heredó la fórmula, la transformó y la llevó a una dimensión completamente distinta. BTS no es solo una Boy band: es un fenómeno cultural, político, emocional y generacional.

Desde su debut en 2013, RM, Jin, Suga, J-Hope, Jimin, V y Jungkook rompieron todos los récords imaginables: estadios vendidos en minutos, videos con millones de vistas en horas, discos en los primeros lugares de las listas globales, e incluso discursos en la ONU. Pero más allá de los números, lo que ha sorprendido es el nivel de conexión emocional que tienen con sus fans —el famoso ARMY—, una comunidad global que los acompaña como si fueran una extensión de sus propias vidas.

Y cuando se anunció que los integrantes cumplirían con el servicio militar obligatorio en Corea del Sur, no fue solo una pausa en la música: fue casi un duelo colectivo. Las fans no solo los esperan pacientemente; les escriben, los homenajean, los defienden en redes, y siguen consumiendo todo su contenido como si el grupo jamás se hubiera ido. Porque para millones de personas en todo el mundo, BTS representa algo más que canciones y coreografías. Representan refugio, esperanza, identidad, autoestima. Y eso ya no es una Boy band: es una fuerza cultural con peso real en la historia contemporánea.

Epílogo entre guitarras y gel para el cabello

Hoy, cuando miro atrás, me doy cuenta de que las Boy bands, a su manera, también son parte del ADN musical que nos forma, incluso a los más rockeros. Sí, yo prefería Black Sabbath y AC/DC, pero también vi con mis propios ojos a mi hermana llorar por Menudo, a mis sobrinas hacer de todo por BTS. Vi a mis hermanos peinarse como los New Kids On The Block para actuar en la televisión local. Y más de una vez, me sorprendí tarareando canciones de Backstreet Boys sin quererlo.

Por supuesto, las críticas nunca han faltado. Se les ha acusado de ser productos prefabricados, creados en laboratorio para explotar los sueños adolescentes. Y sí, muchas veces lo fueron. Pero también hay que decir que varios de sus miembros han demostrado verdadero talento. Ricky Martin y Chayanne, salidos de Menudo y Los Chicos, forjaron carreras sólidas y respetadas. Justin Timberlake se convirtió en uno de los artistas más importantes de los 2000. Harry Styles ha roto barreras de género y estilo con una propuesta propia y valiente

Las Boy bands han sido ridiculizadas, parodiadas, criticadas… pero también amadas con una pasión que pocas expresiones culturales alcanzan. Son espejos de sus generaciones. Son válvulas de escape. Son rituales de iniciación adolescente. Y, en muchos casos, son puertas de entrada a la música para millones de personas.

Y en ese sentido, estas bandas son más que un fenómeno adolescente. Son una maquinaria de sueños que ha evolucionado con los medios, las modas y las tecnologías. Y aunque muchos las vean como productos descartables, lo cierto es que han dejado huellas profundas —a veces ridículas, a veces entrañables— en varias generaciones. Son y seguirán siendo parte de la historia musical. Incluso para los que nunca quisimos admitirlo.

Y sí, aunque yo crecí con rock, no puedo negar que en mi casa sonaban canciones como “Súbete a mi moto”, y que los Ángeles Solares tuvieron su momento de gloria. Porque al final, todos somos hijos de nuestra época… y también de sus Boy bands. Aunque, si le preguntan a muchas madres latinoamericanas, no hay discusión: Chayanne es tu verdadero padre. Y punto.

Arturo Roti (1968): Comunicólogo egresado de la UANL, rockero de corazón desde que Queen lo bautizó en su primer concierto. Fan del cine, el fútbol y de opinar de todo (aunque nadie lo pida). En el año 2000, dio vida al blog Ojo Eléctrico, donde desmenuzaba discos, rolas y conciertos, y que más tarde se transformó en una cápsula de televisión para el programa Amplificador de TV Azteca. Ha colaborado para El Norte y pintado casas con su jefe en los veranos. Vive con una banda sonora perpetua en la mente, porque, para él, la vida siempre tiene un soundtrack.

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Foto: Deutsche Bank

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