Por Daniel Espartaco Sánchez
No esperaba nada de The Ministry of Ungentlemanly Warfare (Guerra sin reglas, 2024), pero, aun así, logró decepcionarme; sólo para comprobar por décima vez que Guy Ritchie muy lejos está ya de aquel director de Lock, Stock and Two Smoking Barrels o Snatch que electrizó al público complaciente de entonces con películas ultra violentas y estetizantes, pero sobre todo divertidas, y que, aún después de Aladdin (2019), insiste en dejar “un sello” en lo que hace. Antes, debo aclarar que no soy “un seguidor” del ex de Madonna. Y es que hay que comer, y un director, antes que nada, tiene que hacer películas para ganarse la vida, como Woody Allen.
Vaya pérdida de tiempo que es The Ministry of Ungentlemanly Warfare, y vaya forma de arruinar una historia interesante que decepcionará a los seguidores tanto del cine de acción, como del espionaje y del género bélico, al grado de que uno llega a cuestionarse qué sentido tiene hoy en día hacer películas de acción y comedia si ni siquiera cumplen con los requisitos mínimos para ser entretenidas. Basada en “un caso real”, tomada de los papeles secretos de Winston Churchill (y esta reseña ya tiene demasiadas comillas), The Ministry of Ungentlemanly Warfare narra una historia en el marco de la Segunda Guerra Mundial, acerca de una operación encubierta para destruir una base de abastecimiento de submarinos alemanes en el puerto de Fernando Poo, en la Guinea Ecuatorial española de los tiempos de Franco. A esta operación se le llamó «Postmaster», y fue planeada por el mismísimo primer ministro del Reino Unido y el oficial de inteligencia que más tarde se convertiría en el autor de las novelas sobre James Bond, Ian Flemming, presentado aquí como el típico snob afeminado ya visto demasiadas, pero demasiadas veces. Que la operación Postmaster haya existido de verdad, y que poco se sepa de ella, sirve como pretexto para que Ritchie y los demás guionistas, que los hay, nos traigan una entrega llena de inmejorables clisés. Para esta misión encubierta, Churchill y Flemming deciden nombrar a una banda de descastados, cuya aparición va con el típico montaje donde se presentan las habilidades de cada uno de ellos, como en un cuento de hadas: Gus March-Phillipps, interpretado por el hombre más guapo del mundo, Henry Cavill y el musculoso y sueco Lassen, interpretado por Alan Ritchson. Por cierto, piensen en un nombre sueco, y el primero que les vendrá a la mente será Lassen o Larssen. Y como dicen en Argentina, estos tipos son los más cancheros del mundo y Lassen conoce “mil formas de matar un hombre con un cuchillo”, en especial nazis. El equipo está completado por… ¿importa? Que quede claro que estos tipos son lo mejor en tácticas y explosivos y en navegación, bla, bla, bla, no importa realmente, porque si les vuelan la cabeza a cualquiera de ellos nadie va a lamentarlo de los estereotipados que son: aunque hay uno que gasta boina y un bigote raro y por eso cae bien. Todos son más alegres que los hombres alegres de Robin Hood, y gastan toda clase de chistes que no sólo nos muestran lo viriles que son, que no tienen ningún problema con la autoestima, y que la inteligencia artificial ya podría reemplazar a guionistas humanos para diálogos que harían enrojecer de vergüenza ajena a un George Lucas.
Todos deben llegar a la base de los submarinos en África en un velero con pretendida bandera sueca y burlar tanto los cercos alemanes como los británicos, pues se trata de una operación súper, súper secreta y poco caballerosa, como lo advierte un Rory Kinnear cubierto con una máscara de plástico, como las que venden en La Merced, que pretende ser un Winston Churchill que haría llorar al mismísimo Gary Oldman. Y a cualquiera. Finalmente, Churchill era un tipo gordo de la cara por el efecto del Whisky y los cigarros. Infiltrados ya en la base están Mr. Heron, interpretado por Babs Olusanmokun y Marjorie Stewart, una Eiza González que hace lo único que sabe hacer: una caricatura de femme fatale, o más bien, una caricatura de Jessica Rabbit, quien ya de por sí es una caricatura (vestido rojo incluido). Puedes levantarte al baño sin hacer pausa, incluso poner una bolsa de palomitas en el microondas, incluso ir al OXXO por ellas: nada de lo que ocurra a continuación será sorprendente o medianamente llamativo. Eiza canta como Jessica Rabbit sin el carisma de Jessica Rabitt, y seduce a un estereotipado oficial nazi (haz lo tuyo, Bart) que haría llorar a un Christoph Waltz. Y a cualquiera. Con explosiones, nativos amigables como carne de cañón, fiesta de disfraces, violencia ahora sí que sin nada de sentido (antes era gracioso), The Ministry of Ungentlemanly Warfare se queda pobre y tristemente en la saga de la ya-de-por-sí inaguantable Inglourious Basterds de Quentin Tarantino, que al menos tiene un par de momentos memorables. Si yo fuera Guy, me jubilaría con todo el dinero que le quité a Madonna, según los rumores de entonces.
¿Vale la pena verla? Si tu falta de autoestima es tal que no valoras tu tiempo.
Daniel Espartaco Sánchez (1977). Es autor de varios libros, el último se llama Los nombres de las constelaciones. Ha ganado muchos premios literarios, pero no le gusta presumirlos. Lleva más de un año con la Clínica de Narrativa, un espacio virtual y físico de lectura y reflexión acerca de la escritura creativa. Vive en la colonia Narvarte, el único territorio con el que se identifica hasta el momento.
Imagen: Lionsgate | Amazon MGM.



