Holland: del triángulo amoroso suburbial al thriller psicológico

Y hasta aquí el triángulo suburbial con tintes de comedia y aspecto estetizante de coloridos tonos teutones que recuerdan a una maqueta de Playmovil instalada por Wes Anderson.

junio 2, 2025

Por Daniel Espartaco Sánchez

Holland, Michigan, un apacible pueblito en la región de Ottawa fundado por holandeses adscritos a la Iglesia Reformada Americana. Molinos de viento, casas coloridas, tulipanes, cofias almidonadas y zuecos de madera. Una suerte de apacible e ideal pueblo en el corazón del Medio Oeste donde la mayoría de los habitantes son blancos, un 69 por ciento, y la taza de criminalidad es considerablemente menor comparada con otras ciudades de Estados Unidos, algo así como Mérida antes de que fuera colonizada por los hipsters de la Ciudad de México.

            Nancy Vandergroot (Nicole Kidman) es la esposa perfecta: rubia, inocente, madre de un niño rubio y maestra de medio tiempo en algo así como economía doméstica en una preparatoria local, donde todavía no ha ocurrido un tiroteo. Está casada con un pilar de la comunidad, Fred Vandergroot (Matthew Macfadyen), un optometrista proveedor y bonachón que sale constantemente de viaje a convenciones de optometristas por las ciudades cercanas. “No puedo creer que los optometristas tengan tantas convenciones”, dice Nancy, algo en lo que uno no puede estar más que de acuerdo, pues no todo es miel sobre hojuelas en aquella casa de muñecas en un pueblito de ensueño. Nancy comienza a sospechar que Fred tiene una amante y se vale de su amigo y colega, Dave Delgado, un pusilánime maestro de carpintería que previamente, nos dicen, ha tenido algunos “problemas con la ley”; un migrante mexicano, pero blanco, interpretado por el ineludible Gael García Bernal.

            ¿Quién sospecharía de Fred Vandergroot, que dedica su tiempo libre a construir una maqueta ferroviaria con su hijito rubio en el garage, gorritos cursis de ferrocarrilero incluidos? Una cosa lleva a la otra, el lugar común, un papelito inocente en el bolsillo del pantalón en el cuarto de lavado provoca las sospechas de Nancy, en esta historia suburbial entre la Casa de Muñecas y Barbazul. Quien busca encuentra y después de un allanamiento ilegal en la oficina de su marido, con ayuda del famélico Delgado (el nombre hasta ofende), Nancy descubre que su marido tiene una tarjeta de crédito no domiciliada en el hogar conyugal. Un acierto del filme es que ocurre veinte años atrás de nuestra época, cuando la gente se valía de robustos celulares Nokia, SMSs, enormes computadoras de escritorio y buscaba en Ask.com, algo que sin duda resulta ya demasiado retro para los menores de treinta años. Y así es como Nancy se enrolla con el tímido, dócil y suertudo mosquita muerta de Delgado (te odio, Gael). Hay más, previamente, en el garaje, Nancy descubre que su marido guarda cartuchos Polaroid, algo que “ya nadie usa” (si supieras, Nancy), pues lo de hoy son las cámaras digitales (jajaja) con las que emprende su investigación. Y así encuentra un álbum fotográfico con inocentes fachadas de casas, mismas que Fred replica en la maqueta que construye con su hijo.

Y hasta aquí el triángulo suburbial con tintes de comedia y aspecto estetizante de coloridos tonos teutones que recuerdan a una maqueta de Playmovil instalada por Wes Anderson. La historia se convierte en lo que un amigo gringo una vez describió en español y con acento gringo  como “un thriller psicológico bien cabrón”.  Fred Vandergroot no sólo no tiene una mujer, sino muchas, pero no precisamente amantes. “Sigue, mijo”, dice mi abuela, “de todas formas no la voy a ver”. Es imposible evitar el spoiler porque de otra forma sería imposible soportar la larga duración de un planteamiento lleno de lugares comunes: el papelito en el pantalón, el triángulo amoroso, el ama de casa insatisfecha con sus privilegios (I’m a Barbie girl in a Barbie world), una escena de sexo misionero con cofia, el amante latino, pero blanco (hubieran puesto a Chayanne o a Tenoch Huerta), etcétera, etcétera. Uno tiene la sensación de no conectar con los personajes, ¿realmente me importa un bledo lo que ocurra? El acento aniñado de Kidman, el arrastrar de las palabras de García Bernal, su patético triángulo suburbial que ya hemos visto tantas veces y mejor (baste decir Revolutionary Road). Hasta el asesino serial disfrazado del pilar de la comunidad es tristemente un lugar común, una especie de Dennis Rader, “el estrangulador BTK”, entre otros. Delgado le promete a Nancy descubrir al infiel de Fred y tomar evidencias, pero se encuentra con éste en pleno degollamiento de una mujer, para dar paso a una pelea entre el raquítico Gael y el fornido Macfadyen, que no sería permitida por el Consejo Mundial de Lucha con Cuchillo en un Muelle (CMLCM). “Sigue, mijo, de todas formas no la voy a ver”. Delgado cree que Fred está muerto, pero… Llegamos a la conclusión de que las primorosas casitas con lujo de detalle que Fred construía en la maqueta eran las casas de sus víctimas, que eran muchas, posiblemente el único detalle de la película que vale la pena y hasta llega a sobrecogernos, aunque no demasiado. Y como es un “thriller psicológico muy cabrón”, en el centro de todo está la pobre Nancy, que se siente redimida por su marido, en una vida perfecta y se niega a aceptar la realidad (ya se sabe, la realidad y el deseo), y está a punto de ceder cuando decide romper el circulo a lo Nora en Casa de Muñecas, pero con un zueco (toma esto, Chéjov), porque sí, un zueco aparece en el primer acto… Lo que convierte este “thriller psicológico muy cabrón” en una pieza, se rompe el círculo, y ya podemos apagar el televisor y maldecir a Jeff Bezos por haber comprado los Estudios Metro-Goldwyn-Mayer para etiquetar las películas genéricas que produce Amazon, de las cuales resulta difícil encontrar alguna buena.

¿Vale la pena verla?, si te sientes con suerte y estás bien colocado con tramadol.

Daniel Espartaco Sánchez (1977). Es autor de varios libros, el último se llama Los nombres de las constelaciones. Ha ganado muchos premios literarios, pero no le gusta presumirlos. Lleva más de un año con la Clínica de Narrativa, un espacio virtual y físico de lectura y reflexión acerca de la escritura creativa. Vive en la colonia Narvarte, el único territorio con el que se identifica hasta el momento.

Foto: Amazon Prime Video.

Compartir:

Artículos Relacionados

Usamos cookies para mejorar tu experiencia y personalizar contenido. Al continuar, aceptas su uso. Más detalles en nuestra Política de Cookies.